“MANCO INCA”, UNA OPERA CUSQUEÑA DEL SIGLO XXI
Escribe Julio Antonio Gutiérrez Samanez
No es usual encontrar compositores y mucho menos de una ópera, ese género totalizador del arte, pues es música, actuación, canto y hasta ballet.
Para más datos se sabe que la última vez que se presentó una ópera en el Cusco fue en 1957, hace cincuenta años; el maestro Carlos Delgado, director de la Escuela de Música, junto con la “Orquestal Cusco” y solistas de la localidad, presentó la famosa “Traviata” de Verdi, en el antiguo Teatro Municipal. Desde entonces, nadie se animó a montar ni a componer una ópera, hasta el estreno de “MANCO INCA” la noche del 20 de diciembre último, en el teatro del Colegio Nacional de Ciencias.
A teatro lleno con un público que premió con su aplauso a los numerosos participantes se culminó este caro sueño del gran arte en el Cusco; su director, compositor y realizador es el joven talento cusqueño Luis Edmundo Ochoa Revoredo, creador nato, músico excepcional, dotado de la paciencia y denuedo del genio que es capaz de mover montañas para dar paso al torrente caudaloso de su talento.
Como un arquitecto, Luis Edmundo Ochoa (Cusco 1964) fue construyendo, desde los cimientos, piedra sobre piedra, nota por nota, frase por frase, esta obra gigante; investigó la historia de nuestro inca rebelde y creó las escenas, los cantos, los guiones y las innumerables partituras. Luego, convocó a grupos organizados de artistas como: el Grupo de Teatro Puertabierta, el Coro de Cámara Cusco, la Orquesta Sinfónica Juvenil del Cusco y artistas de reconocida trayectoria como el actor Guido Guevara, decano de las tabla cusqueñas: la notable soprano Tula Taype, que pudo exhibir aún más, su preciosa voz, y jóvenes actores y cantantes, quienes hicieron revivir en nuestras mentes la memoria histórica del trauma cruel de la conquista; trauma aún no superado tras medio milenio, pues, persiste la “memoria del bien perdido”, puesto que alguna vez nuestro pueblo fue exitoso y feliz, sin necesidad de TLC, convenios, ONGs., y ayuda o “caridad” internacional. Sin embargo, sabemos que con trampas, dobleces y traiciones se perdió el Estado Inca, aún cuando este resistió durante cuarenta años en Vilcabamba.
Pero, como dijera en el discurso de entrada el inca relator, el pueblo incaico nunca se sometió al invasor y es larga y heroica historia de su resistencia contra el sistema de opresión del invasor, sus leyes de extirpación de idolatrías, su administración, su religión opresora y abusiva, que “evangelizaba” para esclavizar mejor.
En tres siglos, las rebeliones incásicas se hicieron sentir desde la rebelión de Manco Inca, el insurrecto insigne, y tras su muerte sus seguidores de Vilcabamba. Ya en la colonia Juan Santos Atahuallpa, Tambohuacso, el gran Túpac Amaru, los hermanos Katari, los hermanos Angulo y tantos valiosos héroes pusieron en jaque el poderío español y que aún en la República criolla, se alzaron innumerables veces con Atusparia, Rumimaqui, Eduardo Quispe, Simón Herrera, Huamantica y Saturnino Huillca. Enfrentándose al gamonalismo que ensangrentó criminalmente la patria, masacre tras masacre. Es pues, cierto que el pueblo incásico o tahuantinsuyano nunca bajó la guardia ni tuvo la cerviz inclinada ante el yugo opresor, tampoco es cierto que la libertad la trajeran por el mar como se falsea la historia en nuestro propio himno patrio, compuesto por criollos.
Manco Inca, la ópera, obra cumbre del arte de la generación presente, nos lo recalca así, para recuperar las raíces, erguirse, sacudir las cadenas sicológicas del vencido, y liberar a todas las generaciones siguientes para construir un país próspero y una nación trabajadora y feliz que haya superado la corrupción, el crimen y haya redimido la patria, para decir con Javier Heraud: “hemos cerrado el pasado con gruesas lágrimas de acero”.
Saludamos el estreno de esta obra, concientes de los inauditos esfuerzos que ha costado, infinidad de prácticas; marchas y contramarchas, dificultades económicas, y, sobre todo, su lucha contra la ignorancia, el cretinismo y la imbecilidad de las autoridades que olvidan su rol protector y promotor de las bellas artes y de la creación estética. Contra viento y marea, “entre Escila y Caribdis”, el navío llegó a su puerto y se plasmó esta hazaña cultural que perdurará en la memoria de nuestro pueblo.
¿Acaso no recordamos? En 1923, una pléyade de artista, músicos e intelectuales, dirigidos por el amauta Luis E. Valcárcel, llevaron a La Paz, Buenos Aires y Montevideo, el drama Ollantay; allí están, en la obra “Inkánida”, los testimonios, notas de prensa y documentos oficiales con la vergonzosa actuación de las autoridades que en su chatura intelectual se opusieron a que la compañía salga del país y se lavaron las manos como Pilatos, dejando toda la responsabilidad a su director. Cuando la “Misión Peruana de Arte Incaico”, regresó triunfante, no hubo felicitación oficial; así ha sido siempre, por eso no se debe esperar del Estado ni de su burocracia, salvo alguna excepción especial, verbigracia el Qosqoruna Daniel Estrada Pérez, lumbrera y alto faro que en muchas décadas no ha tenido epígonos sino caricaturescos seguidores, pues, él sí protegió las artes, las letras, las ciencias y recuperó nuestra cultura y el orgullo de ser cusqueños.
Recuerdo haberle oído en alguna intervención pública diciendo algo así como: ¿Por qué no soñar que alguna vez los hijos del Qosqo puedan crear ópera, ballet, grandes obras, si para todo eso debemos prepararnos?
Pues, aquí esta la ópera y su creador, Luis Edmundo Ochoa Revoredo, asistido por Mijail Echarri en la Dirección de Escena, Raúl Carreño como Coordinador General, y con algunos auspiciadotes como Ayar Grudec, Xstrata Cupper, Tintaya y el Convento de Santo Domingo.
Todos sabemos que lo que se siembra, se cosecha. Conocí a Luis Edmundo por los inicios de los ochenta, cuando en mis arrebatos juveniles, solía hacer música con mis amigos. Yo había retornado de Europa, luego de participar como músico invitado en el Festival de Berlín, gracias a la maestra alemana Ingrid Birgman, allí vi a Mikis Teodorakis, en el estreno de su poema sinfónico “El Canto General” inspirado en el poema nerudiano, con coros, orquesta sinfónica y una pareja de solistas; se lo había pedido Salvador Allende antes del holocausto fascista.
A mi vuelta, luego de rodar el viejo mundo, me enrolé en el grupo “Sindicato”, donde estaban Wendell Núñez del Prado; Dwight, su finado hermano y Abel, su primo; Jorge Olazábal, un excelente pianista y Luis Edmundo Ochoa, extraordinario talento juvenil, por sus dotes personales, su creatividad y su dominio de los instrumentos y las partituras. El tiempo y las circunstancias desactivaron Sindicato, pero quedaron algunas grabaciones.
Desde entonces, con orgullo de amigo, vi surgir a Luis Edmundo en el Coro “Inti”, en la Escuela de Música “Leandro Alviña Miranda” como profesor, cuando se fue becado al Brasil para estudiar una Maestría en Composición en la Universidad Federal de Bahía, donde se pertrechó como un guerrero del arte para regalar a su pueblo obras de la categoría de ésta ópera “Manco Inca”, su ópera prima, sin olvidar su “Misa en Quechua” y su “Plegaria a la Ecología”, entre muchas otras. En ese constante evolucionar, Luis Edmundo Ochoa es un digno émulo del maestro Armando Guevara Ochoa, ahora ya en su venerable ancianidad, gloria del arte musical cusqueño, que paseó por el mundo. Además, Luis Edmundo inscribe su nombre como continuador de los “Cuatro Grandes de la Música Cusqueña”: Francisco González Gamarra, Juan de Dios Aguirre, Baltasar Zegarra y Roberto Ojeda Campana.
Fue, pues, maravilloso ver a nuestro amigo dirigir, batuta en mano, como el mejor de los directores, a cantantes y actores jóvenes, una sinfónica juvenil y un estupendo coro de voces educadas de esta pléyade de talentos en floración capaces de encarnar una obra capital madurada, modelada, construida o gestada a fuego lento, para brindar, a nuestros embelesados sentidos, los brillos y matices de su áureo esplendor imperial. (www.kutiry.blogspot.com)
Escribe Julio Antonio Gutiérrez Samanez
No es usual encontrar compositores y mucho menos de una ópera, ese género totalizador del arte, pues es música, actuación, canto y hasta ballet.
Para más datos se sabe que la última vez que se presentó una ópera en el Cusco fue en 1957, hace cincuenta años; el maestro Carlos Delgado, director de la Escuela de Música, junto con la “Orquestal Cusco” y solistas de la localidad, presentó la famosa “Traviata” de Verdi, en el antiguo Teatro Municipal. Desde entonces, nadie se animó a montar ni a componer una ópera, hasta el estreno de “MANCO INCA” la noche del 20 de diciembre último, en el teatro del Colegio Nacional de Ciencias.
A teatro lleno con un público que premió con su aplauso a los numerosos participantes se culminó este caro sueño del gran arte en el Cusco; su director, compositor y realizador es el joven talento cusqueño Luis Edmundo Ochoa Revoredo, creador nato, músico excepcional, dotado de la paciencia y denuedo del genio que es capaz de mover montañas para dar paso al torrente caudaloso de su talento.
Como un arquitecto, Luis Edmundo Ochoa (Cusco 1964) fue construyendo, desde los cimientos, piedra sobre piedra, nota por nota, frase por frase, esta obra gigante; investigó la historia de nuestro inca rebelde y creó las escenas, los cantos, los guiones y las innumerables partituras. Luego, convocó a grupos organizados de artistas como: el Grupo de Teatro Puertabierta, el Coro de Cámara Cusco, la Orquesta Sinfónica Juvenil del Cusco y artistas de reconocida trayectoria como el actor Guido Guevara, decano de las tabla cusqueñas: la notable soprano Tula Taype, que pudo exhibir aún más, su preciosa voz, y jóvenes actores y cantantes, quienes hicieron revivir en nuestras mentes la memoria histórica del trauma cruel de la conquista; trauma aún no superado tras medio milenio, pues, persiste la “memoria del bien perdido”, puesto que alguna vez nuestro pueblo fue exitoso y feliz, sin necesidad de TLC, convenios, ONGs., y ayuda o “caridad” internacional. Sin embargo, sabemos que con trampas, dobleces y traiciones se perdió el Estado Inca, aún cuando este resistió durante cuarenta años en Vilcabamba.
Pero, como dijera en el discurso de entrada el inca relator, el pueblo incaico nunca se sometió al invasor y es larga y heroica historia de su resistencia contra el sistema de opresión del invasor, sus leyes de extirpación de idolatrías, su administración, su religión opresora y abusiva, que “evangelizaba” para esclavizar mejor.
En tres siglos, las rebeliones incásicas se hicieron sentir desde la rebelión de Manco Inca, el insurrecto insigne, y tras su muerte sus seguidores de Vilcabamba. Ya en la colonia Juan Santos Atahuallpa, Tambohuacso, el gran Túpac Amaru, los hermanos Katari, los hermanos Angulo y tantos valiosos héroes pusieron en jaque el poderío español y que aún en la República criolla, se alzaron innumerables veces con Atusparia, Rumimaqui, Eduardo Quispe, Simón Herrera, Huamantica y Saturnino Huillca. Enfrentándose al gamonalismo que ensangrentó criminalmente la patria, masacre tras masacre. Es pues, cierto que el pueblo incásico o tahuantinsuyano nunca bajó la guardia ni tuvo la cerviz inclinada ante el yugo opresor, tampoco es cierto que la libertad la trajeran por el mar como se falsea la historia en nuestro propio himno patrio, compuesto por criollos.
Manco Inca, la ópera, obra cumbre del arte de la generación presente, nos lo recalca así, para recuperar las raíces, erguirse, sacudir las cadenas sicológicas del vencido, y liberar a todas las generaciones siguientes para construir un país próspero y una nación trabajadora y feliz que haya superado la corrupción, el crimen y haya redimido la patria, para decir con Javier Heraud: “hemos cerrado el pasado con gruesas lágrimas de acero”.
Saludamos el estreno de esta obra, concientes de los inauditos esfuerzos que ha costado, infinidad de prácticas; marchas y contramarchas, dificultades económicas, y, sobre todo, su lucha contra la ignorancia, el cretinismo y la imbecilidad de las autoridades que olvidan su rol protector y promotor de las bellas artes y de la creación estética. Contra viento y marea, “entre Escila y Caribdis”, el navío llegó a su puerto y se plasmó esta hazaña cultural que perdurará en la memoria de nuestro pueblo.
¿Acaso no recordamos? En 1923, una pléyade de artista, músicos e intelectuales, dirigidos por el amauta Luis E. Valcárcel, llevaron a La Paz, Buenos Aires y Montevideo, el drama Ollantay; allí están, en la obra “Inkánida”, los testimonios, notas de prensa y documentos oficiales con la vergonzosa actuación de las autoridades que en su chatura intelectual se opusieron a que la compañía salga del país y se lavaron las manos como Pilatos, dejando toda la responsabilidad a su director. Cuando la “Misión Peruana de Arte Incaico”, regresó triunfante, no hubo felicitación oficial; así ha sido siempre, por eso no se debe esperar del Estado ni de su burocracia, salvo alguna excepción especial, verbigracia el Qosqoruna Daniel Estrada Pérez, lumbrera y alto faro que en muchas décadas no ha tenido epígonos sino caricaturescos seguidores, pues, él sí protegió las artes, las letras, las ciencias y recuperó nuestra cultura y el orgullo de ser cusqueños.
Recuerdo haberle oído en alguna intervención pública diciendo algo así como: ¿Por qué no soñar que alguna vez los hijos del Qosqo puedan crear ópera, ballet, grandes obras, si para todo eso debemos prepararnos?
Pues, aquí esta la ópera y su creador, Luis Edmundo Ochoa Revoredo, asistido por Mijail Echarri en la Dirección de Escena, Raúl Carreño como Coordinador General, y con algunos auspiciadotes como Ayar Grudec, Xstrata Cupper, Tintaya y el Convento de Santo Domingo.
Todos sabemos que lo que se siembra, se cosecha. Conocí a Luis Edmundo por los inicios de los ochenta, cuando en mis arrebatos juveniles, solía hacer música con mis amigos. Yo había retornado de Europa, luego de participar como músico invitado en el Festival de Berlín, gracias a la maestra alemana Ingrid Birgman, allí vi a Mikis Teodorakis, en el estreno de su poema sinfónico “El Canto General” inspirado en el poema nerudiano, con coros, orquesta sinfónica y una pareja de solistas; se lo había pedido Salvador Allende antes del holocausto fascista.
A mi vuelta, luego de rodar el viejo mundo, me enrolé en el grupo “Sindicato”, donde estaban Wendell Núñez del Prado; Dwight, su finado hermano y Abel, su primo; Jorge Olazábal, un excelente pianista y Luis Edmundo Ochoa, extraordinario talento juvenil, por sus dotes personales, su creatividad y su dominio de los instrumentos y las partituras. El tiempo y las circunstancias desactivaron Sindicato, pero quedaron algunas grabaciones.
Desde entonces, con orgullo de amigo, vi surgir a Luis Edmundo en el Coro “Inti”, en la Escuela de Música “Leandro Alviña Miranda” como profesor, cuando se fue becado al Brasil para estudiar una Maestría en Composición en la Universidad Federal de Bahía, donde se pertrechó como un guerrero del arte para regalar a su pueblo obras de la categoría de ésta ópera “Manco Inca”, su ópera prima, sin olvidar su “Misa en Quechua” y su “Plegaria a la Ecología”, entre muchas otras. En ese constante evolucionar, Luis Edmundo Ochoa es un digno émulo del maestro Armando Guevara Ochoa, ahora ya en su venerable ancianidad, gloria del arte musical cusqueño, que paseó por el mundo. Además, Luis Edmundo inscribe su nombre como continuador de los “Cuatro Grandes de la Música Cusqueña”: Francisco González Gamarra, Juan de Dios Aguirre, Baltasar Zegarra y Roberto Ojeda Campana.
Fue, pues, maravilloso ver a nuestro amigo dirigir, batuta en mano, como el mejor de los directores, a cantantes y actores jóvenes, una sinfónica juvenil y un estupendo coro de voces educadas de esta pléyade de talentos en floración capaces de encarnar una obra capital madurada, modelada, construida o gestada a fuego lento, para brindar, a nuestros embelesados sentidos, los brillos y matices de su áureo esplendor imperial. (www.kutiry.blogspot.com)